El saber druídico no se guarda en ningún lugar de humana factura. Es un saber que se conoce, pero no se posee. Está impregnado en cada gota de rocío, en cada bayita de muérdago, en la hoja del roble que empieza a tomar el tono morado del otoño. En los cristalitos de nieve, todos diferentes, ninguno igual, en las gotas del agua del manantial. Es una esencia sutil que está en todo lo que vive, sobre todo lo que está vivo: es un halo.
Las personas receptivas a esto sienten que su lugar está entre los árboles, en la floresta, entre los animalillos que pueblan el bosque sagrado. Sienten una inquietud que no saben explicar...algo les llama, les conduce a contactar con lo más sagrado: la tierra, el agua, el aire y el fuego, la piedra, el rayo, la fuente, el viento. El dragón verde, el tigre blanco, la tortuga negra y el pájaro rojo...
Es una manera de ser, una manera de estar en el mundo. Nadie que esto sienta puede sustraerse a la magia, al conocer(se), hasta tener la certeza de que tiene algo que hacer...una misión, un hacer más amable el mundo.
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